“Yo he venido especialmente para la conversión de los pecadores».

diciembre 19, 2009

«Si quieres servirme, se sencilla, que tus palabras concuerden con tus actos»

La Virgen le dijo que estaba muy preocupada porque la gente descuidaban a su Hijo en la oración y en el Santísimo Sacramento.

María Madre de la Misericordia

En Febrero del 1876, Estelle Faguette, una joven de 32 años, sirvienta doméstica, estaba muy enferma en cama, en un pequeño pueblo de Francia llamado Pellevoisin (diócesis de Bourges). Cuando la enfermedad comenzó, Estelle le preguntó a  Dios por que la había permitido ya que ella era el único sostén de sus padres y de una sobrina huérfana. Sin embargo, con el avance de la enfermedad, ella se entregó a la voluntad de Dios, ofreciéndolo todo en expiación por sus pecados.

Curación milagrosa
Estelle le escribió a la Virgen pidiéndole que obtenga de su Hijo su curación. La noche del 14 de Febrero de 1876, se le apareció un demonio al pie de la cama. Enseguida después Estelle vio a la Virgen María al otro lado de la cama. La Virgen expulsó al demonio. Nuestra Señora entonces miró a Estelle y le dijo: «No temas, tu sabes que eres mi hija«. Estelle recordó que ella había sido consagrada como hija de María a los 14 años. La Virgen le dijo: «coraje y paciencia. Mi Hijo va a cuidarte especialmente. Vas a sufrir cinco días en honor a las cinco llagas de mi Hijo. Para el sábado vas a estar viva o muerta. Si mi hijo te permite vivir quiero que proclames mi gloria.» Estelle le preguntó como lo haría pues ella no es nada especial.

La próxima noche, la Virgen se apareció a Estelle para informarle que iba a vivir. Pero Nuestra Señora amonestó a Estelle por sus pecados del pasado. Aunque Estelle no había vivido una vida mundana, ella se arrepintió profundamente de sus pecados. Las siguientes noches, la Virgen continuó aparenciéndose a Estelle junto a su cama. Le dijo: «Yo soy toda misericordiosa«. Tras la quinta aparición, el 19 de febrero, Estelle quedó sanada. Le preguntó a la Virgen si debería cambiar su estado de vida. La Virgen respondió: Uno se puede salvar en todos los estados. Donde estás puedes hacer mucho bien y puedes propagar mi gloria.

Conversión de los pecadores
En julio a diciembre del mismo año, la Virgen visitó a Estelle diez veces mas (un total de 15 veces). María Inmaculada le dijo en julio: “Yo he venido especialmente para la conversión de los pecadores«. "Que oren y que tengan confianza en mi",


María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). El ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104 [103], 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no pecar más. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu.

LA BONDAD DE SU CORAZON
Cuando Jesús recorría toda Galilea predicando y echando a los demonios se le acercó un leproso y le pidió de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Compadecido Jesús, extendió la mano y lo tocó diciendo. Quiero, queda limpio. Y al punto sanó de la lepra y quedó limpio (Mc 1.40,43).
Todas las riquezas, absolutamente todas, se encuentran en el Corazón de
Cristo. Su Corazón es fuente de todas las gracias. Por eso quien se acerca a este Divino Corazón se beneficia de esas gracias que están para el bien de todos nosotros.
El Corazón de Jesús tiene poder y deseo de curar toda clase de llagas. Llagas
en los cuerpos y llagas en las almas. Su Corazón es tal, que arde en deseos de sanar
todos los males que nos aquejan en nuestras vidas y, sobre todo, esos males que están dentro de nuestros corazones.
Imploremos sin descanso y con fe a la bondad de su Corazón y digámosle
como aquel leproso: ¡Si quieres Señor ..! ¡Si Tú quieres… puedes ayudarme!.
Porque son inmensos los favores concedidos a través del Corazón Sacratísimo de Jesús. Toda clase de favores para toda clase de problemas, por eso acudamos a Él para encontrar remedio a todo aquello que nos aflija. Pero hagámoslo con constancia y confianza para que Él nos conteste sin hacernos esperar, lo mismo que le contestó a aquel leproso del Evangelio: Si, quiero.
Oh, Corazón Inmaculado de María, desbordante de bondad, muestra tu amor por nosotros. Que la llama de tu corazón, oh María, descienda sobre todos los pueblos. Te amamos inmensamente. Imprime en nuestros corazones un verdadero amor. Que nuestro corazón suspire por ti. Oh María, dulce y humilde de corazón, acuérdate de nosotros cuando caemos en el pecado. Tú sabes que nosotros, los hombres, somos pecadores. Con tu santísimo y maternal corazón, sananos de toda enfermedad espiritual. Haznos capaces de contemplar la bondad de tu maternal corazón, para que así nos convirtamos a la llama de tu corazón. Amén.